
Un borrón en la distancia era cuando galopaba a toda velocidad por las verdes praderas.
Una mancha marrón dejando surcos entre la oscilante hierba salpicada de las multicolores pinceladas de la primavera.
El mas bello equino intentando vencer el aire.
Cortando el viento.
Desafiando los elementos.
Más desde potrillo, el corcel tenia un sueño.
Correr.
Trotar.
Galopar.
Volar hasta alcanzar el cielo.
Pastar entre las nubes.
Asomarse y ver el mundo encogido ahí debajo.
Saber que se esconde detrás del horizonte.
Formar entre los pájaros que viajan al norte.
Pintar estelas en el profundo azul del día.
En el negro azabache de la noche.
En los fuegos que arden coloreando las auroras y zenits del imperturbable ciclo del día.
¿Un sueño?
Tan veloz viajó aquel día que casi sin darse cuenta
Al final de la noche estando apunto de desfallecer del cansancio.
Llegó al borde de un inmenso lago.
Sediento se metió en las frías y calmadas aguas para refrescar sus patas y calmar la sed.
Cerro los ojos y bebió con el sonido de las aguas, el viento y el graznido de una lejana urraca como acompañantes.
Calma y libertad.
Al sacar la boca del agua y abrir los ojos se encontró en medio del cielo.
Formaba parte de un amanecer.
Petrificado observó como el sol nacía imperturbable cerca de él.
Como los únicos retazos de tierra visibles formaban parte de horizontes lejanos.
Como una nubes tormentosas se alejaban y se escondían detrás de las montañas.
Como un infinito arco iris enmarcaba la estampa mas maravillosa que jamás observó.
El espejo que eran las aguas del lago le habían sumergido en el cielo.
Y el caballo se encontró en mitad de la inmensidad viviendo su sueño.
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Resubo este cuento que escribí en el nacimiento de mi hijo Héctor