El grimorio
I
— Lunes, veintiocho de diciembre de mil novecientos noventa y nueve. Hora…— El inspector Sánchez sacó del bolsillo interior de su desgastada gabardina un antiguo reloj atado a una cadena y observó las manillas. Seguidamente continuó hablando a la obsoleta grabadora de cassette: — Diez y veintidós minutos de la noche. He llegado al escenario del crimen y todo, a excepción del muerto, se encuentra en aparente orden. El televisor está encendido. En la atmósfera se nota un fuerte olor a putrefacción. El cadáver se haya tumbado boca abajo al lado del sofá del salón sin aparentes signos de violencia. Varón, caucásico de unos treinta y nueve años. Debe llevar fallecido al menos un mes. Viste un pijama a rayas blancas y azules. En sus manos sujeta firmemente un grueso volumen encuadernado en piel oscura. El título grabado con filigranas doradas me resulta ilegible, como si se tratase de otro idioma. ¿Tal vez ruso? La vecina que dio el aviso, declara no haber notado nada reseñable, salvo ese olor insoportable en el descansillo de la escalera. Al parecer era un tipo algo solitario, aunque con familia y trabajo como funcionario en la biblioteca real. Nadie parece haber notado su ausencia; ni familiares ni compañeros de trabajo. A falta de diagnóstico forense, diría que la causa del fallecimiento fue algún tipo de fallo orgánico. No obstante y dado que es el único elemento distintivo de este caso, llevaré el libro a que lo eche un vistazo el mayor experto en idiomas, lenguas muertas y literatura del que he escuchado hablar: El Doctor Arroyo. —
II
Sobre las once y media de una noche sin luna que amenazaba tormenta, llegó el inspector Sánchez en su destartalado vehículo a algún lugar en mitad de ninguna parte. Había recorrido incontables kilómetros por sinuosas carreteras y serpenteantes caminos a través de los bosques que poblaban aquella región poco conocida al norte de Extremadura. Allí, en la ladera de una escarpada montaña cubierta de pinos y maleza, estaba la residencia del Doctor Arroyo.
Aparcó a un lado de la carretera, frente al portón de hierro fundido que daba paso a las propiedades de la eminencia en lenguas muertas y cultos innombrables.
El destello de un rayo iluminó el imponente caserón del siglo XIX que se erigía como aquel horripilante castillo de leyenda en las frondosas cordilleras de Rumanía. El inspector Sánchez sintió un escalofrío recorriendo su espalda al ver aquellos muros de piedra y los puntiagudos tejados contra aquel cielo impasible cubierto de nubes negras.
“¡Vamos! Cuanto antes hable con el Doctor, antes saldré de este lugar que parece sacado de las pesadillas de un autor desquiciado”
Empujó el pesado portón que no estaba cerrado y se abrió perezosamente con un chirrido. Sanchez echó la vista atrás y vio su coche envuelto en tinieblas.
“Espérame pequeño. En un rato estaré de regreso”
En ese preciso momento comenzó a diluviar.
III
— Pase. Pase y póngase cómodo en la salita de espera inspector Sánchez. El excelentísimo Doctor Arroyo le atenderá en unos minutos. ¿Le apetece tomar un café o un té? Tenemos una infusión que trajimos de nuestro último viaje para visitar unas antiguas ruinas antediluvianas de geometría no euclidiana que, si se me permite opinar, es de otra dimensión. — El que hablaba era un hombre de unos cuarenta años, corpulento y de aspecto descuidado. Se había presentado como Álvarez, el ayudante del Doctor.
— Muchísimas gracias Álvarez. Se ha puesto a llover como si el cielo se fuese a desplomar. Fíjese en como me he empapado estando tan solo unos pocos minutos bajo la cortina de agua. Estaré encantado de disfrutar de la infusión que me ofrece. ¡Justo lo que necesita el cuerpo para entrar en calor con un temporal como este! —
—Le traeré también una toalla. Espere unos minutos y el Doctor Arroyo y yo mismo le acompañaremos gustosos y trataremos con la importancia que merece lo que ha venido usted a hablar. —
Álvarez desapareció en un instante tras una de las muchas puertas de madera, dejando allí el eco de sus pasos resonando. Sánchez se acomodó en el sillón que había indicado el ayudante y se quedó maravillado descubriendo la ingente cantidad de estrafalarios cachivaches que decoraban la estancia: Una colección de figuritas bélicas de cristal encerradas en una vitrina, platos de cerámica pintados colgados aquí y allá por las paredes, una roída alfombra cuyo motivo parecía representar una onírica escena plagada de personajes y criaturas de fantasía, un ajedrez con piezas labradas en ónice y mármol blanco sobre una mesilla de retorcidas formas, un alto reloj de pared labrado en madera cuyas manecillas se mantenían paradas a las diez y veintidós, un enorme retrato al óleo de un siniestro personaje de mirada maliciosa con un grueso libro en sus manos y en cuya base rezaba la leyenda “Joseph Curwen” inscrita en una chapa de metal…
— Acepte mis disculpas. Espero no haberle hecho esperar demasiado. Estaba terminando un capítulo de mi próximo estudio y no podía permitirme dejarlo sin el punto final. Supongo que ya habrá conocido a mí fiel ayudante Álvarez. Ante usted el Doctor Arroyo. Encantado de conocerle. — El hombre estirado que sacó al Inspector Sánchez de su observación extendió una raquítica y pálida mano.
Sánchez se irguió sobresaltado y se acercó para estrechar la mano: — Inspector Sánchez para servirle Doctor Arroyo. Su ayudante fue por una toalla y una infusión… Miré ahí llega. En cuanto entre un poco en calor podremos tratar el asunto que me ha traído hasta aquí. —
IV
Después de un par de sorbos de la infusión que resultó deliciosa y haberse secado con la toalla, el inspector Sánchez colocó su grabadora sobre la mesilla. — Espero que no les importe, tengo como costumbre grabar las conversaciones para que no se pase por alto el más mínimo detalle que pueda dar alguna pista sobre las investigaciones que tengo entre manos. —
El Doctor y su ayudante, sentados en el sofá asintieron al unísono a la lógica petición.
— Como ya les adelanté en la conversación telefónica que mantuvimos, en mi último caso, un caso común de fallecimiento, hallé como única pista sospechosa lo siguiente. — Sánchez saco el grueso y enmohecido tomo de algún compartimento interior de la gabardina y lo posó sobre la mesa. Continuó hablando: — Todo parecía normal, algún tipo de ataque orgánico. Únicamente lo parecía. El examen del forense dictaminó que aquella muerte era de todo menos común. Al parecer, el interior del cuerpo se hallaba vacío. Y cuando digo vacío me refiero exactamente a eso. Sin huesos, músculos, órganos… Únicamente una carcasa hueca que no se deshinchaba como un globo sabe quién por qué maleficio. Ni un rasguño ni cicatriz. Únicamente este libro que apresaba su mano, permítanme el sarcasmo, “como si le fuese la vida en ello”. Si ya tenía intención de indagar acerca de este libro cuando examiné el lugar, comprenderá ahora que se ha vuelto de vital importancia. Cójalo, examínelo, estúdielo, haga lo que sea con el libro, pero por favor dígame si sus páginas pueden esclarecer algo de los hechos de este caso tan excepcional. —
V
Han pasado tres meses desde aquel encuentro entre el inspector Sánchez con el Doctor Arroyo y su fiel ayudante Álvarez. Tres meses en los que aquella inexplicable forma de morir se ha ido repitiendo cada vez con más frecuencia por todo el globo. En los noticiarios se comienza a hablar de “plaga” o “castigo divino”. El inspector Sánchez se dirige raudo a una segunda cita con la singular pareja de eruditos tras recibir una cuanto menos misteriosa llamada en mitad de la noche. Al parecer, tal y como había deducido el experimentado investigador, el secreto de aquella muerte se hallaba entre las páginas del libro.
¿Qué terrible secreto será, para que sea tan importante tratarlo sin demora?
VI
“Estimado inspector Sánchez, entienda lo horrible de la situación en la que nos encontramos. Una posición de clara desventaja contra fuerzas que no somos capaces de comprender. Cuando usted nos trajo aquel libro para que lo examinásemos no podía imaginar lo que tenía entre manos. Durante mi carrera profesional he tratado con todo tipo de libros y pergaminos de todas las épocas y lugares que pueda usted imaginar o incluso más. Fíjese que hay alguno de ellos que evito nombrar, dado lo peligroso del conocimiento encerrado entre sus páginas. Este que tratamos, sin lugar a duda pertenece a ese grupo. Deje que le explique el contexto y después iré directo al grano. De entre todos los tipos de volúmenes arcanos, este entra en la categoría de grimorio.
Un grimorio es un libro que contiene hechizos. Se que esto le sonará a fábula, pero si algo me ha demostrado la experiencia, es la existencia de un tipo de magia que la inmensa mayoría de los mortales desconoce y los que lo hacen, manejan los designios del mundo. ¿Le suenan los Iluminati? ¿Masones? ¿Grupo Binderberg? Todos ellos tienen en posesión grimorios como este que usted nos trajo. Por lo que he podido dilucidar con un exhaustivo examen, nuestro volumen no está catalogado en la lista de los conocidos, pero podríamos estar hablando de uno de los más letales.
Encuadernado con piel humana. ¿No notó su espeluznante suavidad? Y escrito con una mezcla de sangre, masa cerebral y pigmentos ya olvidados. Esta mezcla era utilizada únicamente para grabar los conjuros más poderosos. Y aquí sin duda está grabado uno que muchos matarían por poseer.
En cuanto a la fecha y lugar en que se escribió, en realidad no hablamos de un libro tan antiguo. Hablamos de Venecia, siglo XVI. En aquella época, en las galerías y catacumbas ocultas entre los canales, se movía un olvidado culto que de no haber desaparecido podía haber traído la desgracia a la civilización. Mi conocimiento acerca de ellos viene dado por la figura de un crítico de arte de la época. ¿Ha oído hablar de “Lodovico Dolce”? Se trataba de un miembro destacado de la organización y se propuso sacar a la venta un tratado sobre la obra de Tiziano que en realidad ocultaba un peligrosísimo hechizo capaz de causar el coma cerebral al lector. “Il Aretino o dialogo della pittura” fue su título y yo mismo publiqué una traducción intentando eliminar todo rastro del hechizo, pero este era tan poderoso que aún es capaz de provocar el sueño leyendo unas pocas líneas. ¡Sin quererlo publiqué el mejor remedio contra el insomnio! Pero no pretendo desviarme más del tema. El extraño alfabeto en que está escrito delata dicho origen. Por lo que una vez resuelto esto, tocaba en la investigación conocer que ocultaba el grimorio. Aquí viene lo terrible.
El libro escrito en extraños caracteres está escrito en realidad en italiano. La simbología utilizada trataba de ocultar sus secretos a ojos indiscretos. El titulo lo dice todo: “Il libro della morte vuota”, o en castellano “El libro de la muerte hueca”. Como podrá sacar en conclusión, esclarece completamente la muerte que investiga y la ola de sucesos similares que se ha desencadenado. Por suerte, todos los conjuros tienen un contra conjuro y el de este tan letal viene incluido en el propio volumen. Entienda que debemos realizar el ritual con la mayor celeridad posible para eliminar la maldición que se cierne sobre todos nosotros…”
Sanchez no dice nada. No le es posible, atado y amordazado sobre una mesa de madera como se encuentra. Al traspasar el umbral de aquel caserón que habitaban el Doctor Arroyo y su fiel ayudante Alvarez, había sido recibido con un fuerte golpe en la cabeza que le dejó inconsciente. Al recobrar el sentido se encontró en una suerte de sala de tortura de estilo medieval iluminada únicamente con la luz de unas antorchas ancladas a las paredes de piedra cubiertas de polvo y telarañas. Allí se encontraban también el Doctor y su ayudante, mirándolo fijamente.
— Compréndalo. El contra conjuro necesita un sacrificio. El poder siempre exige sacrificio y mi fiel ayudante y yo hemos llegado a la conclusión que usted es la mejor elección para este cometido. No se preocupe, cuando termine el ritual la pesadilla habrá abandonado la tierra. Destruiremos el grimorio y su conocimiento no llegara jamás a malas manos. Le prometo que no le dolerá; Al menos, no demasiado. Estimado Álvarez… ¡Bisturí! —
La última visión del inspector Sanchez antes de caer desmayado fue el Doctor Arroyo acercando el bisturí a su torso desnudo y realizando una profunda y precisa incisión.