
Un papel en blanco y un lápiz de grafito sostenido por tres dedos preparado para trazar un improvisado escenario.
Pulgar, índice y corazón dispuestos a dirigir la creación.
Un rápido movimiento horizontal dibuja la línea que separará todo.
Un horizonte sin horizontes que mostrar.
Un arco que puede ser, tanto un amanecer como un anochecer naciendo de la parte superior de la línea existente.
Siempre me gustaron estos dos momentos del día por la magia que son capaces de dibujar en la realidad.
Clavo la punta del lápiz en la mitad inferior.
Se queda congelado en esa posición.
No encuentro la inspiración para seguir.
No tengo ganas de intentarlo hoy.
Queda un único punto dibujado debajo del ficticio horizonte.
Al apartar el lápiz se me escapa un pequeño y suave trazo que se difumina hacia abajo.
Bien podría ser la alargada sombra del solitario punto proyectada por el supuesto sol, o tal vez la estela que dejaría tras de sí, si este estuviese avanzando.
Tal vez el casual borrón solitario necesite su propia historia.
Todos la necesitamos.
Un simple punto rodeado de blanco en la distancia puede ser un caballero de pesada armadura atravesando un desierto de pálidas arenas.
Buscando sanar profundas heridas y descanso en un cobijo que jamás se materializa.
Solo con sus pensamientos en mitad de la nada.
Recuerdos de lejanas aventuras llevadas a buen puerto o aquellas sin el final deseado, pero dignas de ser contadas a la luz de una hoguera cuando el calor del fuego y el vino hacen que las lenguas se aflojen.
Avanzando paso a paso. Enterrando sus pesadas botas en las finas arenas.
Cada nuevo paso es un nuevo reto que bien podría ser el último.
Un reto cada vez más largo y difícil de superar por la sed y el agotamiento que le suponen las incontables horas sin descanso con la vana esperanza de alcanzar la salvación.
Avanza poniendo los cinco sentidos y la intuición en no desfallecer.
Continúa al precio que sea para poder alcanzar el siempre lejano horizonte.
Según va sintiendo cómo le abandonan las fuerzas, va dejando atrás piezas de su envejecida y mellada armadura. Hace lo que sea necesario con tal de dar un paso más.
Instinto de supervivencia en horas bajas cuando sus músculos se niegan a responder.
Queda un cuerpo tendido en medio del desierto, mientras la sangre tiñe de carmín los granos de arena bajo su cuerpo.
La visión se le va nublando y su atención se va perdiendo en el vacío de la siempre certera muerte.
No logrará alcanzar el horizonte.
Tal vez, él se encuentra en el horizonte de algún otro caballero desesperado.
Otro punto en la distancia que aguarda su propia historia en otra hoja de papel. Garabatos que pueden no ser nada o épicas estampas realizadas para ser recordadas toda la eternidad.