
Todos los días maldigo al que nos engañó con el tópico “el trabajo dignifica”. Un ser perverso y cruel que aplastó una existencia como animales en la búsqueda de la supervivencia sin más preocupaciones que acostarse con algo que llevarse al estómago. O vivíamos o moríamos según nuestras fortalezas. Un trato justo. Pero alguien decidió que era más digno levantarse cada día en una rutina interminable para hacer que unos pocos vivan como Reyes y otros supliquemos las migajas. El fuerte toca la campanilla y el débil se desvive para lamer sus botas por si se deja caer alguna moneda de hojalata de forma completamente casual. La muerte sin duda es más digna.
Esa cruel maquinaria esta tan bien engrasada que cualquiera que se desvíe de la ruta trazada es tratado como un paria. El sistema se ha interiorizado de tal forma que hasta el colectivo más inteligente, la mujer, que siempre se mantuvo al margen de esa vorágine que devora nuestras vidas poco a poco llegó a pensar que era un privilegio y luchó por unirse para tirar del arado. Lo consiguió y ahora ya no hay vuelta atrás. Son otros engranajes que giran tirados por los dientes de engranajes más poderosos y ya no existe el tiempo para hacer de lo natural algo normal.
Ya no se recuerda el día en que todos los niños se empezaron a fabricar en laboratorios.
¿Quieres un hijo?
Firmas una hipoteca y lo tienes de catálogo. Nosotros elegimos un niño rubio de pelo rizado y ojos grises. 49% genética mía y 51% de mi pareja. La quiero mucho e hice esa pequeña concesión. Ahora los dos nos vemos abocados a trabajar al menos cuarenta años sin descanso. La moratoria de pago en los préstamos de natalidad implican además de una enorme caida del estatus social, la retirada del retoño y traslado a una cadena de separación de residuos de por vida. Ellos te dan vida, ellos te la quitan, o al menos disponen de ella.
Todos los días me pierdo en estos triviales pensamientos cuando llego al Tubo. El medio de transporte del trabajador mundano de la central de energía solar de la luna, donde por turnos de veinticuatro horas se trabaja sin descanso.
Pero hoy al llegar algo era diferente. Una enorme congregación de trabajadores abarrotaba paralizada el acceso. Se veían en sus rostros reflejada la la sorpresa y la desesperación.
¡El Tubo había sufrido un problema técnico de difícil reparación!
Los altavoces en lugar de dar instrucciones para mantener el orden de entrada al transporte repetían sin cesar un mensaje insólito:
“Estimados trabajadores, se están realizando unas reparaciones en el Tubo que se estima se prolongarán por más de una semana. La compañía les otorga este periodo de vacaciones. Regresen a sus hogares y disfruten del tiempo libre. Muchísimas gracias por su comprensión.”
Aún resuenan esas palabras en mi cabeza como un eco.
“Regresen a sus hogares y disfruten del tiempo libre.”
“Regresen a sus hogares y disfruten del tiempo libre.”
“Regresen a sus hogares y disfruten del tiempo libre.”
…
¿Y que coño pretenden que hagamos en el tiempo libre?
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Este relato, tiempo al tiempo, será (o es) tan terriblemente realista que acojona. Por suerte podéis tenerlo para siempre junto a doscientas bufonadas más en:
Autorretratos de un bufón loco
Además de conseguir un pedazo de libro por menos de lo que piensas, mis beneficios los donaré a la ONG Reforesta. Creo que es un buen trato 😉