El final de todas las historias
Llegó el fatídico día en que ya no podían crearse más historias nuevas. Todas las combinaciones posibles de palabras, frases, diálogos, argumentos, géneros, héroes, villanos, escenarios, estilos, idiomas, recursos, metáforas, sinónimos y antónimos habían sido conjugadas entre sí de una forma u otra.
Había quien lo intentaba, es cierto, pero era poner su texto en cualquier comparador de textos y el porcentaje de coincidencia con otros textos ya escritos era superior al noventa y nueve por ciento.
Y así, casi sin darnos cuenta fuimos dejando de intentar escribir nuevas historias, pues ya todas habían sido narradas. Y al no existir nada novedoso se perdió el interés en las historias en sí, y estás día a día se fueron olvidando, hasta que no quedó el registro de ninguna obra en ningún tipo de formato.
Llegado a ese punto a nadie le importó esa nimiedad. Bastante teníamos con pisarnos unos a los otros y acelerar nuestra decadencia como supuesta especie animal inteligente.
Mientras tanto la evolución presenciaba como una pequeña y repugnante cucaracha en un agujero excavado en una galería del alcantarillado escribía con un cachito de tiza entre sus oscuras patas:
“Érase una vez …”